La mayoría de las veces, planificamos nuestra vida, tomamos decisiones en base a lo que queremos construir en un futuro, no paramos a disfrutar del momento y trabajamos por y para un mañana mejor. Más estabilidad, más dinero, mejores casas, mejores coches, más viajes... y de repente ocurre algo, que te devuelve al hoy y te hace parar. En seco, como un golpe, como un puñetazo en el estómago que te hace expulsar el aire por la boca y que te ahoga y no puedes respirar. Y ahí, frente a ti... aparece la vida.
Que las cosas te sorprendan, que aparezcan oportunidades, personas inesperadas, aventuras irreales y situaciones surrealistas y todas ellas, espontáneas, sin planificar...sin preveerlas, sin posibilidad de adoptar un plan B. Sin más opción que desnudarte y mostrarte, tal y como eres, vulnerable, tal y como sientes, libre, tal y como piensas...sin armas. Abierta de alma y de corazón, a pecho descubierto. Y es entonces cuando te das cuenta.
Por mucho que planifiques, que tomes decisiones, que proyectes un futuro...nada es más palpable y nada más real que el hoy, que el ahora, que el momento. Y entonces es cuando paras, cuando dejas que tu corazón tome las riendas, que tu cabeza descanse y que tú misma te permitas vivir, sentir, disfrutar del ahora, del momento y así... sólo así surge la magia. Y surge la vida.
